Virginia García Beaudoux es Directora de COMMUNICATIO, consultora de comunicación. Doctora en Psicología, especialista en comunicación, psicología política, y desarrollo estratégico de carrera y habilidades de comunicación para mujeres líderes, se desempeña como Consultora de PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), NIMD (The Netherlands Institute for Multiparty Democracies), IDEA Internacional y ParlAmericas para la realización de capacitaciones en comunicación para líderes, instituciones, partidos, candidatos, voceros y gobiernos, y para capacitaciones en liderazgo y comunicación con enfoque de género.
Autora de más de una decena de libros, recientemente presentó ¿Quién teme al poder de las mujeres? Bailar hacia atrás con tacones altos (Editorial Grupo 5), una obra que muestra cómo el poder continúa siendo territorio hostil para las mujeres y explora la cuestión de los estereotipos de género, su relación con el liderazgo, el modo en que los adquirimos e incorporamos, cómo influyen los medios de comunicación en su mantenimiento y qué barreras culturales, psicológicas y organizacionales encuentran las mujeres en su camino para hacerse visibles en posiciones de poder e influencia.
Palabras dialogó con Virginia García Beaudoux, sobre esta obra, que aporta múltiples datos y un enfoque inusual para analizar la situación de las mujeres respecto del liderazgo en el mundo actual.
¿Cómo surge esta obra?
Hace ya algunos años estoy trabajando con organismos internacionales como el PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), el Instituto Holandés para la Democracia Multipartidaria, e IDEA Internacional, que impulsan, entre otras cosas, programas para fomentar la participación de las mujeres en la política. Hacen distintas capacitaciones, en habilidades para cabildeo, negociación, conocimientos en temas de derecho y sistemas electorales; y a mí me ha tocado hacerlas en el área de comunicación, en función de que mi especialidad es la comunicación política.
Trabajando con todas ellas empecé a ver que las dificultades que enfrentan las mujeres en los escenarios políticos son totalmente diferentes a las que enfrentan sus pares hombres. No estoy diciendo que los hombres no enfrenten dificultades, sino que son de una índole diferente
Por otra parte, cuando hablo de dificultades no solo me estoy refiriendo a cuestiones como el acceso de las mujeres a espacios dentro de los partidos políticos, a los cargos de elección popular, a los créditos para financiar sus campañas, que son los temas más investigados, sino a los obstáculos que tienen las mujeres para poder mostrar eficientemente su perfil de liderazgo, y sobre todo en sus campañas electorales en términos de comunicación política. En base a esas experiencias es que surgió este libro.
¿Qué elementos encontraste en la base de esos obstáculos?
Encontré una serie de estereotipos de género, que se repiten bastante, y que son una extensión de estereotipos muy básicos con los que convivimos cotidianamente, y para los que la política no es una excepción, donde la creencia de que el liderazgo es masculino, creo es la madre o el padre de todos.
Si salís a la calle y le pedís a la gente que te mencione 3 atributos típicos de un hombre, 3 típicos de una mujer, y 3 típicos de una persona en posición de liderazgo, vas a encontrar una superposición casi perfecta entre la definición de lo masculino y el liderazgo, y poca o ninguna coincidencia entre lo que se cree o se define como femenino y el liderazgo.
A partir de ahí las mujeres, aún en la política o las empresas, han tratado de ubicarse en posiciones que coinciden con el imaginario social, sin desafiar el estereotipo, porque hacerlo, además, tiene costos importantes.
¿Cómo es esto?
Los estereotipos tienen una dimensión descriptiva, pero también una dimensión prescriptiva. Si yo describo que las mujeres son más sensibles que los hombres, entonces, ya en función de la dimensión prescriptiva, las tareas de cuidado de los niños y ancianos les corresponden a las mujeres por su sensibilidad. Además, las mujeres que hacen política y desafían la prescripción son calificadas como poco femeninas o como masculinas.
De alguna manera las mujeres están siempre caminando al filo de la navaja: si son calificadas como femeninas se las ve blandas, y si desafían el estereotipo se las califica como masculinas, y empiezan a aparecer apodos como la “dama de hierro”, o este tipo de cosas, que marcan que es antinatural para una mujer ser firme, poderosa, o ambiciosa.
Entonces lo que uno encuentra es que en campaña las mujeres muchas veces se sienten más cómodas reforzando el estereotipo que desafiándolo.
¿Y cómo se desarma este círculo para cambiar la situación de las mujeres respecto al poder?
En primera instancia hay que entender que en estos temas existe una resistencia social y cultural importante que tiene que ver con las cosas que aprendemos desde la infancia.
Este año se armó bastante revuelo en España cuando se difundió que una escuela mandaba a los chicos a hacer deportes y a las niñas a bordar. Es prioritario garantizar no solo igual acceso a la educación, sino igual acceso a las mismas habilidades.
Debemos nivelar las habilidades, entender que no hay cosas de nenas y cosas de varones, sino que las habilidades se adquieren en las diferentes experiencias de socialización a las que uno se expone.
Por otra parte, debemos animar mucho a las mujeres en la política a hacerlo de manera diferente. Aquí una herramienta que funciona muy bien son las redes de mentoras, donde mujeres con más trayectoria y experiencia en la política pueden ayudar a quienes recién se inician, compartiéndoles su experiencia.
Al mismo tiempo, hay muchas experiencias de trabajo con los medios de comunicación, personalmente he trabajado en muchos talleres con comunicadores o periodistas, donde les decimos: nosotros no vamos a enseñarles cómo hacer su trabajo, porque eso ustedes lo saben, pero sí dejen que les hablemos sobre todas las preguntas sesgadas o todos los sesgos de género que tienen cuando entrevistan candidatas y no candidatos, o cuando entrevistan políticas y no políticos.
En esos talleres los periodistas mismos van trabajando para la generación de herramientas, propuestas y soluciones que se comparten en las facultades, se debaten en foros públicos y van generando conciencia.
Hace poco tiempo, una de las candidatas con la que trabajaba tenía una entrevista muy importante en radio. Se preparó, estudió a fondo, repasó propuestas. La primera pregunta que le hicieron fue cuál era el regalo más romántico que le había hecho su marido. Estas cosas pasan, hay un doble estándar de preguntas para unos y para otros que es interesante trabajar.
Finalmente, hay un trabajo muy fuerte para realizar con las mismas candidatas y funcionarias, para que ellas no refuercen los estereotipos. Si abrís el Twitter o el Facebook de muchas candidatas vas a encontrar, en muchos casos, que lo primero que ponen es “orgullosa madre de cuatro hijos”. Una campaña electoral es como una entrevista laboral, y extrañamente uno en una entrevista laboral lo primero que diría es que es madre de cuatro hijos. No se trata de ocultarlo, ni de mentir, pero para una carrera política tal vez no sea la principal habilidad para mostrar. Los estereotipos no son cosas que tienen los hombres contra las mujeres, todos, aun sin conciencia, los reproducimos.
¿Cambia esta situación en las diferentes regiones o países?
Todo el trabajo que realicé con los organismos y es base del libro lo hice en Argentina, Dominicana, El Salvador, Bolivia, México, Guatemala, Ecuador, Honduras y Chile. Al ver que los obstáculos eran bastante similares me interesó indagar cómo era la situación en países donde hay igualdad, donde sin leyes han logrado, por ejemplo, que el 40% de las bancas de los parlamentos estén ocupadas por mujeres, y fui a investigar a Suecia y Holanda, dos países que en primera instancia consideraba el paraíso en relación a estos temas.
Allí aprendí que aquello que uno ve como el paraíso desde afuera, para quienes están allí no lo es tanto, pero además que había una variable cultural en este tema que era sumamente importante: en Holanda, por ejemplo, los partidos habían comenzado a hacer listas paritarias, en forma de cremallera, porque la propia sociedad comenzó a cuestionarlos y a plantear que eran raros los partidos que no tenían la mitad de mujeres en sus listas.
Al mismo tiempo, con ese cambio cultural y de apreciación, hubo una presión de parte del Parlamento Europeo que comenzó a decirles a través de recomendaciones individuales a los países miembros: vamos, que la cosa va en el sentido de la igualdad y la paridad. Y si bien las recomendaciones no eran obligatorias, tuvieron efecto, y reforzaron la percepción del cambio.
Recién decías que igualmente para quienes están allí los obstáculos no han desaparecido
Desde ya, y en general una de las primeras cosas que surgen es que todavía son poquísimas las mujeres que lideran un partido político. Una situación donde están prácticamente igual que en América Latina, donde un 52 % de la militancia partidaria está conformada por mujeres, pero solo un 16 % de los partidos tienen una mujer como presidenta o secretaria general. En Holanda de 15 partidos solo uno está liderado por una mujer.
También en el caso de los Parlamentos las comisiones más importantes, aquellas donde se reparte el dinero o el poder, no están lideradas por mujeres, hay muy pocas en obra pública, trabajo o presupuesto: Las áreas duras les han quedado a los hombres tanto aquí como en Suecia o en Holanda.
¿Cuál consideras es el principal aporte del enfoque que elegiste para abordar esta temática?
En principio creo que estos temas se discuten demasiado desde el lugar del “yo creo”, entonces para los comunicadores, los periodistas, quienes trabajan legislativamente sobre el tema o la sociedad en general ¿Quién teme al poder de las mujeres? aporta datos precisos que enriquecen la discusión y plantean con claridad lo sesgada que es la realidad en la política y las empresas para las mujeres.
Obviamente, también es una herramienta para las propias mujeres, porque los dobles estándares son tan sutiles que muchas veces no los vemos. A veces invitás a una mujer para que de una charla y te dice: “Yo no encontré obstáculos”, porque hay una importante ceguera de género, pero además, como correlato de esa afirmación, se impone la idea: “si yo llegué todas pueden”, con lo que un problema colectivo y social comienza a pensarse y tratarse como individual.