Fotografía

Un museo con una muestra fotográfica permanente, en medio de los cerros de Jujuy

Poner en acción la imaginación y el talento puede cumplir el sueño de muchos. Así nació el Museo en los Cerros (MEC) en la quebrada de Huichaira, a siete kilómetros de Tilcara, provincia de Jujuy. El fotógrafo Lucio Bosch fue el impulsor de este espacio de enseñanza y reflexión, que cuenta con una colección permanente […]

Poner en acción la imaginación y el talento puede cumplir el sueño de muchos. Así nació el Museo en los Cerros (MEC) en la quebrada de Huichaira, a siete kilómetros de Tilcara, provincia de Jujuy. El fotógrafo Lucio Bosch fue el impulsor de este espacio de enseñanza y reflexión, que cuenta con una colección permanente de fotografía y donde todos los años se presentan muestras itinerantes, cursos y seminarios, en armonía con un ambiente único.

“Buscamos inspiración en la sencillez de la tierra, en el respeto al silencio y en la celebración de los pueblos cuando bailan. Proponemos un espacio de piedra, adobe y caña para recibir a quien se acerque. Una puerta que se abre de par en par entre los cerros”, anuncia la presentación de este lugar mágico.

Su creador recorrió el mundo desde joven y expuso fotografías en reconocidos espacios como el Museo Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires, en las Naciones Unidas en Nueva York y en el Vaticano, entre otros lugares. Palabras dialogó con Lucio Bosch, para descubrir el MEC desde su mirada comprometida con la cultura y el arte.

La construcción de un museo entre los cerros nace a partir de un proyecto soñado, ¿cómo fue el camino desde la idea hasta su concreción?

De chico viajé a Jujuy, durante muchísimos años fui al norte, pasaba temporadas allá. Después empecé a ser fotógrafo y a viajar por el mundo, pero siempre con la idea de establecerme en la provincia. En el año 97-98 empecé a volver y decidí ir vivir cerca de Tilcara. Primero alquilé una casa en el pueblo y después compré una tierra a 7 km que me gustaba mucho porque era un lugar tranquilo y empecé a construir mi casa.

Trabajé muy concentrado en la vida cotidiana de los pueblos andinos, los pastores, las celebraciones. Y siempre me pasaba que cuando iba a sacar fotos y retratos me preguntaban qué hacía, a dónde las iba a mostrar, si en otros países, museos, en otros lugares que no conocían. Y me di cuenta que siempre había un imaginario que es cierto, de que uno como fotógrafo toma fotos, hace una exposición, las muestra en una revista, y ellos no saben el camino de su imagen. Entonces me pareció una buena idea hacer el camino inverso: traer el mundo ahí. Hacer un museo con características sencillas pero modernas, en el medio de una comunidad andina. Ese fue el primer impulso.

Después de varios años, decidimos empezar de manera más concreta. Porque una cosa es tener un proyecto en los sueños y otra cosa es tenerlo en lo concreto, levantar las piedras y pagar el cemento. Con mi esposa Sofía, decidimos destinar un ahorro que teníamos en este proyecto, pero nos alcanzaba para hacer la parte edilicia o para hacer una colección de fotografía de alto nivel. Entonces me animé a escribirle y llamar a mis colegas fotógrafos para explicarles este proyecto y pedirles la donación de una o dos obras. Y todos fueron muy bondadosos. Se fue formando una colección íntegramente donada por estos autores con los que siempre vamos a estar en deuda.

Convocamos a un arquitecto que maneja muy bien los materiales del lugar, la piedra el adobe, la caña. Y queríamos que las salas tuvieran una impronta de espacio moderno. Lo empezamos hace unos siete años, el museo inauguró hace casi seis años, y acá estamos.

Además de la colección permanente, ¿cuáles son las muestras y actividades que tienen actualmente? ¿Cómo es la experiencia que ofrece el museo?

El museo queda en un lugar apartado, que para llegar tenés que ir por un lecho del río. En el verano, cuando crece ese río, no se puede ir en auto. Esa dificultad nos gusta mucho. El museo, de alguna manera, para los amantes de la fotografía empezó a ser como una figurita difícil y empezaron a llegar fotógrafos de distintos lugares. Con el boca a boca la gente va contando la historia de este lugar, que es casi como un realismo mágico en medio de la nada.

El museo tiene un ritmo cotidiano muy tranquilo. Cuando llegás te encontrás con una estructura, que es como una especie de caserío, en donde hay tres salas que contienen una muestra permanente de fotografía argentina, con 25 ó 30 fotos, dependiendo del momento del año. Una cuarta sala para muestras itinerantes, en este momento hay una muestra que se llama Siete fotógrafos jujeños. Aparte hay una biblioteca sencilla pero con muy buenos libros de fotografía y una tienda.

Después hay un ritmo anual de actividades con uno o dos cursos, para principiantes y avanzados. Hay un concurso anual con muchísimo éxito en participantes. Es abierto a todo el mundo, con jurado de alto nivel y premios. Un poco este es el movimiento del museo.

¿Qué esperan que se lleven los visitantes?

Todos crecemos compartiendo y esta es una manera que nosotros tenemos para compartir, para ofrecer el arte y la creatividad de distintas personas. Que cada uno lo reciba como le parezca nos da mucha alegría, es muy gratificante esto de poder proponer este espacio abierto. Es una puerta que se abre de par en par entre los cerros para quien se acerque, para quien se sorprenda, que tenga intimidad con la obra y el lugar, que es muy lindo y tranquilo. Este lugar me dio mucha emoción toda mi vida y esta es una manera de compartirlo.

¿El objetivo que se propusieron está cumplido o todavía falta un camino por recorrer?

Siempre falta camino por recorrer. Estamos aprendiendo todo el tiempo a cómo manejar el museo, cómo hacerlo mejor, saber las necesidades de los visitantes y de las comunidades alrededor. Siempre estamos buscándole la vuelta para que aparezcan cosas nuevas, que tenga un ritmo interesante, actividades con otros museos, con escuelas. Siempre hay un montón de cosas sucediendo.