La historia de los hoteles está íntimamente ligada a las costumbres y creencias de las sociedades donde tuvieron su origen. Esas instalaciones y el concepto de hospitalidad se remontan a la antigüedad, e incluso fueron los griegos quienes idearon los baños termales pensados para el descanso.
Los primeros hospedajes de índole comercial aparecen en la Grecia del siglo X a.C., y se propagan por los caminos romanos para alojar a los viajeros. Más tarde, se construyen edificios especialmente diseñados para ese fin orientados, y para las clases más bajas, y algunas mansiones como alojamiento para asuntos gubernamentales.
A partir de la Edad Media, esta industria floreciente va dando lugar nuevos alberges y baños a lo largo de los territorios conquistados por los romanos en las actuales Inglaterra, Suiza y Medio Oriente. Pero desde unos siglos antes, el concepto de la hospitalidad se había arraigado en la sociedad, en sus costumbres y creencias, sembrando el germen de los primeros hoteles.
Su historia es tan larga como interesante, y nos cuenta como algo que hoy nos resulta tan natural como un «hotel», tiene su origen en la relación de los pueblos con sus dioses. Hoy empezamos un primer capítulo de este camino, con sus comienzos en la antigua Grecia y Roma.
Costumbres y creencias
Todas las palabras modernas que se asocian con la hospitalidad tienen su raíz en el mismo término: “ghos-ti«. Una palabra utilizada para referirse a la relación recíproca entre invitado y anfitrión, y a los deberes y obligaciones que se establecían entre ambos.
Los términos latinos ghos-ti, hostis y hospes, se convierten en las actuales huésped, o guest (en inglés).
Comúnmente, el huésped era una persona con las que se establecían obligaciones mutuas de hospitalidad. Pero un huésped también era un extraño, y podía ser hostil. En aquellas épocas se temía a los desconocidos porque no se conocían sus intenciones o su procedencia y, principalmente, porque las supersticiones hacían suponer que podían poseer algún poder o magia.
A pesar de ello, las costumbres en la antigua Grecia impulsaban a ofrecer protección y «hospitalidad» a estos extraños. A esta actitud hacia las personas desconocidas se lo conocía como philoxenos, lo que literalmente significa «amor a los extraños»; y cuya antítesis hoy es la «xenofobia».
La hospitalidad y los Dioses
En aquellos días, en la Antigua Grecia, no se sabía si el forastero que llamaba a la puerta iba a ser hostil u hospitalario, si era un mago o un Dios en un cuerpo humano. Por más extraño que parezca, era común creer que las deidades podían llegar a tu casa, e irse, sin siquiera ser reconocidas. Al fin y al cabo, los dioses necesitaban espiar la vida cotidiana terrenal siendo parte de ella al menos por unos instantes.
El comportamiento “hospitalario” incluía el temor y, a la vez, era considerado como una forma de honrar a quienes podían ser Dioses o alguno de sus enviados. Mantener satisfechos a los dioses era parte esencial del ser griego. Zeus, su dios principal, era de hecho el protector de los invitados, como incluso nos cuenta Homero en la Odisea.
En la verdadera hospitalidad no importa quién es el huésped, ni su estado o apariencia física. Recibir a un extraño, de manera gratuita, era equivalente a brindársela a un Dios. Por lo tanto, los extraños llegaban a una casa y esperaban una cálida bienvenida, alimentos, entretenimiento y un lugar cómodo para descansar. Y dado que en aquellas épocas no había gente viajando o deambulando por placer lejos de su hogar, se asumía que estaba en alguna misión. Nadie podía estar paseando en un mundo mucho más peligroso.
Por esa razón se esperaba que el anfitrión brindara asistencia, y que el recién llegado se uniera a la reunión familiar o celebración que estuviera aconteciendo. Después, se le permitiría descansar, higienizarse y, antes de partir, intercambiaban regalos y se le ofrecía alguna vianda para continuar su viaje. Algún ejemplo de esto queda plasmado en la Odisea, cuando se cuenta que Ulises regresó finalmente a su casa y solo quedaron vivos aquellos que habían sido hospitalarios.
La hospitalidad era sagrada. Aquellos que abusaban de ella, de una u otra parte, eran penalizados de alguna forma. Los griegos tenían palabras particulares para referirse a esas infracciones, como por ejemplo «xenodaites» o el que devora invitados. Las violaciones a la hospitalidad despertarían también la ira de los Dioses, y eran tenidas en cuenta incluso durante los períodos de invasiones o saqueos a ciudades. Entre tantas historias, se cree que después de tomar la ciudad de Hélice en el Peloponeso, las acciones hostiles tuvieron su castigo por parte de Zeus quien luego la destruyó con un terremoto.
Una comunidad de puertas abiertas
En Grecia, las personas que aportaban algo importante a la comunidad o a cada casa (oikos) también creaban un vínculo de hospitalidad. Los propietarios, o «amos de casa», forjaban alianzas con los de otras casas y aplicando la misma lógica de reciprocidad crecían juntos en riquezas, estatus y poder. El vínculo también era hereditario, y el lazo se materializaba simbólicamente a través de una fichas que podían transferirse de generación en generación, e incluso intercambiarse entre amigos.
Pero, ¿qué hay acerca de las obligaciones implicadas en este contrato social? Lo cierto es que en la práctica se condenaba tanto una actitud demasiado hospitalaria como la excesivamente hostil; era tan censurable instar a un invitado a que se vaya como a permanecer.
En Roma, la hospitalidad nunca tuvo el mismo carácter que en Grecia. Sin acuerdos formales entre las partes, se consideraba un deber honorable el recibir a invitados, especialmente si estos eran personalidades distinguidas. De allí surge el famoso dicho «abrir las puertas de par en par», en referencia a que la entrada frontal de las propiedades, que generalmente conducían a un patio interior, y permanecía abierta durante el día para conocidos y extraños.
La amabilidad y el carácter abierto de las personas forjaban amistades duraderas entre anfitriones y huéspedes. Poetas de la época como Ovidio han retratado en sus versos las relaciones interpersonales entre dueños de casas y viajeros. Esto incluía costumbres, recepciones, comidas y regalos intercambiados en dichas ocasiones.
Dentro de la sociedad romana con un huésped se establecía una relación más sagrada, y con mayores derechos, que la que podía tenerse por los lazos de sangre o amistad. El anfitrión romano debía rendirse frente a su invitado, tratarlo con cortesía y consideración, brindarle protección y en caso de ser necesario, representarlo como su patrón en los tribunales de justicia.
Esta relación entre individuos se establecía a través de regalos mutuos y también estaba mediada por lo religioso. Así como en Grecia Zeus regía sobre este aspecto social, Júpiter velaba por la ley de «hospitia» en el imperio Romano.
Cuando se establecía este vínculo de hospitalidad entre dos personas, se entregaban como símbolos las tessera hospitalis (fichas de hospitalidad), que reconocían la unión y la extendía de manera hereditaria. Algunas de estas teselas tenían la imagen del dios Júpiter.
En ambas sociedades, la griega y la romana, también se establecían reglas de hospitalidad claras dentro del ámbito de la vida pública y del estatal. Se atendían a las delegaciones comerciales, visitantes relacionados a la cultura, lo político o religioso. Había funcionarios o sacerdotes involucrados directamente en hacer cumplir, y dar un marco razonable a las actividades diplomáticas sin importar donde se desarrollaran. Pero por supuesto, en lo público todo se daba de manera más formal y con reglas que contemplaban tiempos y conductas específicas.
En Roma, los primeros documentos que hablan directamente de hospitalidad pública están relacionados con la recompensa a la ciudad de Caere «por los servicios prestados a quienes habían albergado los tesoros sagrados de Roma y a sus sacerdotes». Avanzada la historia este tipo de actitudes entre estados fue desatendido, pero se estableció una relación similar, elevando a algunos pueblos al rango de municipios. El lugar de pueblo-cliente, que conllevaba derechos y obligaciones, también se extendía a sus ciudadanos.
Encontrando la veta comercial
A partir de las guerras del Peloponeso, durante las primeras décadas del siglo X a.C., se empieza a mencionar los katagogion, establecimientos similares a una posada y que podemos considerar el primer tipo de hotelería comercial, de pago. En alguno de sus escritos Jenofonte relata que estos alberges fueron construidos por la ciudad-estado para los armadores, comerciantes y visitantes.
En Roma se definían cuatro categorías principales de establecimientos comerciales de hostelería: hospitia, estabula, tabernas y popinae. Términos que dieron lugar a los estándares para la categorización arqueológica de los antiguos locales.
Los «hospitia» eran lugares que alquilaban habitaciones y ofrecían comida y bebida para los huéspedes que pernoctaban. Se habían construido específicamente para estos fines, a pesar que algunos se usaban secundariamente para viviendas particulares, como los que se encontraron en Pompeya.
Los «stabula» estaban conformados por un patio abierto rodeado por una cocina, una letrina y dormitorios con establos en la parte trasera. Los había dentro de las ciudades, más pequeños, y también sus versiones campestres más grandes. Este era el tipo de establecimiento hotelero más común en su tipo para pasar la noches. Una de las diferencias con los anteriores, es que tenían lugar físico para que se puedan parar con animales, algo similar a los moteles o hoteles con estacionamiento adyacente de hoy día.
Cuando hablamos de «tabernas» en el siglo I nos referimos a un tipo de comercio que servía comida y bebida sencilla al paso. Los viajeros podían detenerse, abastecerse, pero al estilo barra actual. No era el tipo de bar con sillas donde sentarse. Algunos contaban con una habitación en la parte trasera que usaban generalmente los propietarios, y que también se podía alquilar temporalmente para que una persona pueda dormir. Por último, las «popinae» también estaban destinados a servir comidas y bebidas. Muchos de ellos contaban con mesas y sillas para descansar, comer sentado, y a menudo se utilizaban como comedores públicos.
En resumidas cuentas, los hospitia y stabula ofrecían instalaciones para que los huéspedes puedan pasar la noche. Sin embargo, los primeros eran más grandes, con más comodidades para los viajeros, mientras que los segundos eran más aptos para recibirlos con animales. Todos fueron concebidos para para viajeros, comerciantes y marineros que se movilizaban especialmente para vender productos en las urbes.
De a poco empezaba a quedar más lejos el concepto de hospitalidad como manifestación social o religiosa, y empezaba a nacer como un negocio entorno, principalmente, al comercio. Estos establecimientos ubicados a lo largo de las carreteras principales y en las puertas de la ciudades se ganaron la reputación de atraer a las clases más bajas demasiados pobres para tener amistades en otros lugares o recibir invitaciones de instituciones públicas. Estamos más cerca del concepto de hotel para el descanso y las vacaciones, pero aún nos faltan un para de siglos y muchas historias.
Les compartimos el video y reconstrucción de una taberna romana a partir de las fotografías del Thermopolium o caupona de la regio V de Pompeya. El trabajo excepcional fue realizado por los alumnos del Master de Patrimonio Virtual de la Universidad de Alicante.
Les recomendamos visitar el sitio para ver más imágenes y videos.
https://www.artstation.com/artwork/68V8xW
La imagen de portada pertenece a este mismo trabajo.