Este 20 de diciembre se estrena Malamadre, la coproducción argentina uruguaya, dirigida por la marplatense Amparo Aguilar, que corre el velo del imaginario social para para espiar el lado oculto de la maternidad.
Las protagonistas de Malamadre se rebelan contra lo que escuchan desde su niñez. Movilizadas por las contradicciones del ser “buena madre”, transitan la realidad de lo posible para las mujeres. Para ellas la maternidad no es un cuento de hadas y está lejos de ser una experiencia romántica.
A través de distintos relatos, la directora y guionista Amparo Aguilar se adentra en este universo desde su propia trinchera como madre. Así, entreteje el documental con su imaginario, el de sus propios hijos y las entrevistas profundas a mujeres de diferentes clases sociales de Latinoamérica.
Para conocer algunos detalles más de este documental que nos invita a sumergirse en aquello que no nos contaron sobre la maternidad, Palabras dialogó con Amparo Aguilar.
¿Cómo surge la decisión de encarar este proyecto y romper con aquello que en el documental aparece como consejo de tu vieja: «Sentí lo que quieras, pero no se lo cuentes a nadie»?
El proyecto surge a partir de mi maternidad, de la sensación de ir encontrando a partir de allí algunas situaciones que me resultaban más contradictorias de lo que yo esperaba, y de la dificultad para hablar de eso en público.
Mi vieja, de hecho, cuando me hace ese comentario que aparece en la película: «Nos pasa a todas, pero no se lo cuentes a nadie», lo hace desde un lugar poroso, porque es verdad que lo que nos suele ocurrir cuando contamos determinadas cosas es encontrar una mirada de juicio muy negativo.
Pero como entiendo que ese no contar lo que termina generando es una sensación de malestar y culpa, que va creciendo y termina por imposibilitar transitar algunas cosas con los chicos de otra manera, este proyecto fue una forma de desafiar esa idea de «pasan cosas pero hay que ocultarlas», hablando en público.
Luego, como ese hablar en la película se plasma en entrevistas, también fue todo un desafío hacia el universo cinematográfico convencer a los productores que valía la pena financiar una película de entrevistas.
¿Cómo fue encontrar a esas otras mujeres con las que compartías la decisión de hablar, pero no el sobre qué hablar? Porque si algo deja en claro Malamadre es que lo que pasa, y hay que ocultar, no es siempre lo mismo.
Creo que esa fue una de las cosas más lindas que nos pasó, porque el mandato de buena maternidad existe pero claramente no es igual para todas, que es algo muy importante, y fue un descubrimiento del proceso.
Todas tenemos un fantasma, un ideal que hay que alcanzar y nunca alcanzamos, y también un entorno que te fuerza a que la tensión entre ese ideal y la realidad aumente cada vez más, pero qué es ese ideal, y cuáles son los deseos que lo tensionan, es distinto en cada caso.
Para mí, que soy de clase media, y profesional, la tensión claramente estaba entre mi maternidad y la posibilidad de un desarrollo profesional, pero eso no es igual para todas.
Si bien el documental da cuenta de la diversidad de mandatos, de deseos y tensiones en voces de mujeres de diferentes edades, provenientes de diversos países no aparecen mujeres en situación de vulnerabilidad social ¿esto fue una decisión?
En algún punto la decisión de las dos producciones, la argentina y la uruguaya, fue ir cruzando distintas clases sociales y distintas etapas de maternidad. El documental todo el tiempo te enfrenta a dilemas éticos, y en esa línea, una decisión importante era no re victimizar a mujeres que estén en condiciones de marginalidad, por eso ese es claramente un sector que no está representado en la película, porque entendíamos que eso era aplicar más violencia sobre esas mujeres.
Y a partir de esa decisión aparece una pregunta que en el documental se reitera todo el tiempo: ¿Cuánto nos hacemos cargo de lo que significa representar a un otro? En la película la decisión que tomamos fue hacernos cargo del lugar de enunciación, plantear claramente desde donde hablamos.
¿Cómo se inscribe allí la decisión de que tus hijos sean parte de Malamadre?
Fue un verdadero dilema, y un punto donde siento mucha gratitud hacia el equipo, porque el cuidado y la protección de los chicos estuvieron repartidos entre todos.
Yo soy activista, y las feministas planteamos que lo personal es político, y en ese punto ponernos en juego forma parte de una acción política. Obviamente creo que la película gana teniendo la mirada de los hijos, por eso que sean los míos me parece fue una cuestión de honestidad intelectual, y un proceso que se transitó sin perder el rol de cuidado, por eso buscamos mucho la manera de hacer que ellos participen activa y conscientemente, pero sin invadirlos.
Luego, entrevistarlos fue muy difícil, a mí me costó mucho, y de hecho hay una parte de la entrevista que quedó a cargo del equipo técnico. Pero creo que encontramos un punto de equilibrio, donde los chicos no están expuestos, pero sí toman la palabra.
Antes me decías que eras feminista pero en algún punto Malamadre se desmarca de las principales discusiones actuales del movimiento, planteando temas nuevos y disruptivos
Hay algo de los procesos históricos que tiene cierto orden. Haciendo un paralelismo con la literatura de los hijos de desaparecidos, yo entiendo que solo a partir de que los genocidas fueron juzgados pudimos empezar a discutir algunas cosas para las que antes no había lugar.
En el feminismo nos pasó algo así con la maternidad, tenemos una urgencia que es que las mujeres no tienen derecho a decidir sobre su cuerpo, algo que es de una gravedad simbólica que va mucho más allá del derecho al aborto, pero una vez que ese sentido se instala en el tejido social se abren las oportunidades para empezar a discutir estas otras cosas, que también son necesarias.
Finalmente estamos tratando de pensar qué hacemos con las maternidades, que es también pensar cómo hacemos que los niños puedan ser criados de manera más saludable, y en una lógica que nos ayude a construir un mundo como el que imaginamos.
Estreno: Malamadre de Amparo Aguilar, Viernes 20 y 27 de diciembre a las 19:00 en Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, Av. Figueroa Alcorta 3415.