José Miguel Onaindia es un hombre indisolublemente ligado a la cultura y a la gestión cultural; abogado, profesor de Derecho Constitucional y Derechos Culturales de la Universidad de Buenos Aires, se desempeñó entre los años 2000 y 2002 como Director del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales., y a partir de 2007, Coordinador General de Cultura de la Universidad de Buenos Aires, asumiendo desde ese rol la Dirección del Centro Cultural Ricardo Rojas.
Sin embargo, en el año 2012, Onaindia decidió radicarse en Montevideo “por razones de ecología social”, según explicó hace algunos años en una entrevista con el diario El Observador. Hoy, asentado en Uruguay, donde acaba de asumir la dirección del Instituto Nacional de Artes Escénicas, dialogó con Palabras, sobre los motivos de su salida del país, los desafíos que plantea la gestión cultural en la otra orilla, y el mito de la identidad rioplatense.
¿Por qué Uruguay?
Uruguay para muchos argentinos de mi generación siempre fue un lugar de placer y libertad. No sólo íbamos a pasar vacaciones a sus playas, sino a ver las películas y encontrar los libros que nos estaban vedados, a disfrutar de su siempre intensa actividad cultural. Mi infancia y adolescencia tiene los ecos de las voces de Juana de Ibarbourou, Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti y más tarde Idea Vilariño, Marosa Di Giorgio, la música de Zitarrosa, la protesta de Viglietti y «Las venas abiertas de América Latina», de Eduardo Galeano.
¿Y en lo político?
En lo político, siempre sentí gran admiración por el respeto a las instituciones, la tolerancia en la convivencia entre personas de diferentes signos políticos, la resistencia civil a la dictadura que se expresó en el plebiscito. Por todos esos motivos, también decidí trasladar mi residencia principal a Uruguay e insertarme profesionalmente aquí. Argentina fue tornándose un territorio áspero por las confrontaciones derivadas de las posturas políticas y la caída de su calidad de vida.
¿Fue sencillo el cambio, ya con la decisión tomada, cómo fue reinsertarse y recomenzar en otro país?
Uruguay me recibió con más generosidad de la que esperaba, porque antes de cumplir un año de residencia, me ofrecieron desempeñar la función de programador artístico del teatro Solís, luego la dirección del Festival Internacional de Artes Escénicas, y ahora del Instituto de Artes Escénicas.
¿Después de estos años y de haber transitado por la gestión cultural en Uruguay, crees que existe algo así como una identidad rioplatense?
Más que una identidad rioplatense, yo creo que tenemos «aire de familia». Hay cosas que compartimos: la melancolía, la pasión por el fútbol, los símbolos culturales. Pero las dos ciudades son muy distintas no sólo urbanísticamente, sino en su comportamiento sociológico.
Contanos algo más de estas diferencias
La principal diferencia es que Uruguay es un país donde las instituciones tienen una sólida presencia. No sólo en el ámbito público sino también en la sociedad civil. En Uruguay hay políticas públicas en materia cultural sostenidas en el tiempo y hay una atención mayor al derecho de acceso a la cultura, que la convierte a Montevideo en la ciudad con la mayor audiencia para las artes escénicas de la región (en valores proporcionales).
¿Y cuáles son los faros, a quién mira Uruguay a la hora de pensar en la construcción de un modelo cultural propio?
No advierto que se mire a algún ejemplo en especial. Hay atención por lo que pasa en la región, pero también en el mundo. Hay una estrecha relación con países europeos y americanos. Aquí los modelos de políticas culturales se estudian y analizan cualquiera sea el lugar de procedencia.
¿A qué crees que responde el crecimiento de la influencia de los grupos musicales uruguayos en Argentina, la murga, los grupos de rock, ahora la cumbia joven?
Creo que la música uruguaya siempre fue muy bien recibida en Argentina. Tal vez hoy ese fenómeno es más claro, pero se ha producido también una mayor internacionalización y diversidad de las propuestas del Uruguay.
¿A partir de tu experiencia qué áreas o sectores culturales sentís que están más desarrollados y cuáles consideras que aún requieren más promoción o impulso en Uruguay?
Me parece que el sector de las artes escénicas está más sólido que el de las artes visuales desde el punto de vista de las políticas públicas porque hay artistas maravillosos en este ámbito también.
¿Qué hechos destacas de tu gestión en el teatro Solís y cuáles crees son las asignaturas pendientes?
Mi gestión en el Solís creo que permitió conocer algunos autores argentinos que no se conocían como Santiago Loza, Diego Lerman, Martín Flores Cárdenas; aunar los vínculos con España e Iberoamérica, mediante la presentación de compañías y la realización de co-producciones, e integrar artistas uruguayos e internacionales en proyectos conjuntos. Fue una experiencia muy enriquecedora para mí, que creo que concluyó con la celebración del primer convenio entre la Intendencia de Montevideo y el Teatro Colón. Ahí sentí que la misión estaba cumplida y busqué otros horizontes. En la actualidad, estar a cargo del Instituto Nacional de Artes Escénicas me permite desarrollar una actividad de promoción y difusión que me resulta muy atractiva.
¿Entonces, pese al cambio político en Argentina no te planteas volver. En todo caso, crees que el cambio de gobierno es suficiente para cerrar la grieta?
El cambio de gobierno en Argentina supone una alternancia de grupos gobernantes, pero no la solución de un problema social que parece tiende a prolongarse. Como en «Bodas de sangre», la Argentina parece dividida en «dos bandos» y esto es muy difícil de superar.