Jonathan Nossiter nació en Brasil, pero vive en Italia y desarrolló una exitosa carrera como cineasta con seis películas. Quizás la más famosa sea Mondovino, el documental estrenado en el año 2000 que aborda los conflictos en torno a la globalización y la estandarización del mundo del vino, y que fue nominado a la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Nossiter conoce bien el mundo del vino: fue sommelier y diseñó cartas de conocidos restaurantes de Nueva York, París y Río de Janeiro. Nossiter viajó a la Argentina para presentar su última película, Resistencia natural y participar del 7º Encuentro Sudamericano de Viticultura Biodinámica que se hizo en Mendoza. Antes de viajar a la provincia cuyana, dialogó con Palabras sobre su nuevo film que aborda la temática de la vitivinicultura natural y de la resistencia de los pequeños productores.
Naciste en Brasil, ¿hace mucho que dejaste tu país?
Vivo en Italia desde los 6 años. Crecí ahí. Me siento parte italiano, parte francés, parte brasileño, por el pasaporte también parte americano…
¿Esta multiculturalidad se refleja en tus películas?
Seguro, sin pensarlo. No existe un trabajo, existe un modo de vincularte con el mundo. Hacer películas no es un trabajo. Hacer el vino y ser agricultor no es un trabajo sino un modo de vincularte con el mundo que te rodea, con quién sos… Si vos sos un agricultor lleno de odio y de desprecio, cuanto toques en la tierra será contaminado y harás un vino sucio, envenenado. Si sos un pedazo de mierda de director de Hollywood lleno de odio a las mujeres, a los demás, a vos mismo, podés estar lleno de talento, pero harás una película que hará mal a los demás. De esto estoy absolutamente convencido. El hecho de pertenecer a tantas lenguas y a tantas culturas para mí es una fuente de alegría.
¿Qué fue primero? ¿El vino o el cine?
La verdad, comencé a trabajar en un restaurante en París cuando tenía 15 años. Y rápidamente entendí que quien servía el vino ganaba más, era más simpático para las chicas… El cine como acto cultural, como vínculo de amor con el mundo vino después, a los 18 años. La ambición de ser director estaba desde esa época, pero tenía que vivir. Con mi segunda película recién pude empezar a vivir del cine.
Mantuviste esas dos pasiones…
Sí y no. Soy director de cine. Ese es mi oficio. Dediqué mi vida a eso. Me considero un cineasta sobre todo. Pero con el vino siempre mantuve un vínculo porque entendí, instintivamente, que en el mundo de la cultura urbana había algo muy displacentero y engañoso. Con el vino hay un doble mundo también, está el de los pretensiosos, de los que hablan del vino y gastan dinero, pero son los boludos, los que usan el vino para mostrar poder. Y está el que hace el vino, no los industriales que juegan a ser viñateros, sino el que trabaja la tierra. En ese caso estás en contacto con las cosas más simples, concretas y también creo más espirituales. El mundo del cine no es muy espiritual, el sueño de hacer cine sí. La primera vez que vi a Charlotte Rampling la encontré en un almuerzo a París, llegué 15 minutos tarde, que ya era una vergüenza, y ella tenía una botella de vino tinto abierto y estaba bebiendo. Apenas había dejado Hollywood, donde ningún actor en el almuerzo o en la cena bebe vino. No trabajé con ninguno de ellos, pero con Charlotte Rampling rápidamente dije “con ella trabajo”.
¿Hay similitudes entre el mundo del cine y del vino, del arte y la industria?
Sí, están muy ligados. El agricultor fue despreciado por al menos 100 años, en el mundo de la modernidad decidimos que sólo los que vivían en la ciudad eran los buenos y los que estaban en el campo eran los ignorantes. En vez, para quien piensa como yo, que lo que creamos en los últimos 100 años es apocalíptico. Estamos en el fin de la civilización y quizás de la especie humana. La única esperanza que veo está en el agricultor que trabaja sin la dependencia de la industria agroquímica. En Argentina, Brasil, Estados Unidos, Francia, llegamos a un nivel de destrucción de la tierra, y altísimos niveles de cáncer, probablemente ligados a lo que comimos. Estamos retrocediendo. Es obvio. En los 60 y 70 yo empezaba a tener una conciencia política y hacerme grandes preguntas. Nací 15 años después de la segunda guerra, que para mí define mi mundo. No podía entender cómo las personas de los años 30 se sometieron a Mussolini, a Hitler, a Franco, y cómo lo aceptaron. En los últimos 20 o 30 años vi cómo sabemos todo lo que estamos haciendo en este mundo, la dependencia con los celulares, el consumismo, la falta de vínculo humano, estas cosas no son banales, es otro tipo de fascismo. El otro día, 15.00 científicos de todo el mundo firmaron una carta diciendo que el calentamiento global no es una broma, que llegamos a un punto de casi no retorno y que si no cambiamos radicalmente y rápido todos nuestros modos, tú no tendrás nietos y mis hijos no harán hijos y si los tienen, morirán. El movimiento del vino biodinámico natural de los agricultores que piensan en 360 grados representa una esperanza porque nos muestra un modo de razonar el mundo. Nosotros no tenemos el poder, el poder lo tiene Trump, Macri, Kirchner… ¿Qué podemos hacer? Mirar lo que hacen los agricultores. En mi pedazo de tierra, hago la resistencia, no me someto a una sociedad de consumo donde alimentamos el mal y el veneno, donde continuamos destruyendo. El ejemplo del vino natural es una respuesta gramsciana, al poder no lo puedes confrontar, tienes que ir por el costado. El producto que sale es una expresión de una tierra sana y un compartir que deja vivir al productor y a quien lo toma. Es como poner el neorrealismo italiano con los modernistas o con Goya, todos juntos. Hacer una gran propuesta con amor. Vamos, ¡ésa para mí es la esperanza!
¿Querías hacer ver esto en Resistencia Natural?
No, no lo quise hacer ver porque lo viví. Llevé a mis tres hijos. Entre llevarlos a encontrarse con un productor de cine o un agricultor, prefiero llevarlo a conocer a un agricultor por sus lecciones de libertad, de alegría, de vida, de compartir alrededor de una mesa y de simpatía humana. Resistencia Natural salió de cuatro días de conocer a unos amigos con la presencia del director de la Cinemateca de Bologna, la más importante de Italia: hace restauraciones de films antiguos y en la plaza de la Cinemateca hace una feria los sábados con productores que venden vinos biológicos. Para él no hay diferencia entre Pasolini y el agricultor, son parte de una sola cultura. Mis hijos son muy jóvenes para comprender estos intercambios, pero los filmé para mostrárselos en 10 años.
¿Cómo fue la génesis de Mondovino?
Ya era un momento en que podía vivir como director y pensaba de no hacer nada más con el vino que beberlo e ir a ver a algún productor. Pero todos los productores sabían de mi pasado y me rompieron las pelotas para hacer una película de vino y dije “jamás, jamás, jamás”. El que toma vino es aburrido, todo este bla bla bla en el vino, ese discurso, ah imaginaba una película con esa gente y dije no. Pero en un cierto momento estaba entre dos proyectos y había una posibilidad de filmar para una semana y dije, bueno, hago un cortometraje de 15 minutos que será aburridísimo como temo. Fui a Borgoña con un amigo uruguayo, Juan Pittaluga, director que hizo bellísimas películas, y conocimos a la familia De Montille, uno de los protagonistas, y vi en él a un personaje del cine francés de los años 30, un tipo que frente a la cámara explotaba. Y algo que intuía, lo vi en él. Era un aristócrata de derecha que debería encarnar todo lo que rechazo, pero en cambio en vi en él una ética… Me considero de izquierda no en un sentido de partido político pero sí en un sentido de ver el mundo, de compartir lo que tengo del modo más justo con los demás… A priori era mi enemigo, pero no lo era, porque había un razonamiento ético. Y esto me hizo reflexionar. Me siento en solidaridad con él: encarna una resistencia contra un mal mucho más fuerte que el de izquierda o derecha que es la homologación de la cultura. Pensamos vivir en democracia, en Europa, en América del Norte hasta Trump eran mucho más naif. Vi que el vino es sólo interesante porque es un acto de la agricultura, si no, no tendría ninguna importancia. Pero siendo un acto agricultural, de la tierra y de la cultura. El vino siempre fue un espejo de la sociedad. Si hiciera una película 400 años antes de Cristo contaría el vino griego y cómo los atenienses, que eran imperialistas, eran los americanos de la época, llevaban el vino. Siempre fue un espejo, en cualquier momento histórico. Hice Mondovino porque sentí esto. Viendo la diversidad de personas en el montaje era para mí cómo funciona el poder, quién lo resiste. Un aristócrata de derecha es un hombre libre y afirma la libertad de los otros lo cual, sin saberlo, es de izquierda.
¿Ya esas divisiones de izquierda y derecha no son tan claras?
Todo cambio. El mundo de Mondovino no existe más. 13 años a hoy es como 100 años. Vivimos a un ritmo de aceleración que no tiene parangón en la historia del hombre. Seis meses valen 15 años. Es genial para el que lo sabe aprovechar, pero espantoso para la mayoría de los seres humanos y las otras especies, incluso las plantas, como las plantas se adaptan a las estaciones que cambian de nada. El padre de Giovanna Tiezzi, la viticultora toscana de Resistencia Natural, era un grandísimo profesor de física y química en la Universidad de Siena que llevó adelante el referendum para frenar las armas nucleares en Italia y escribió en los 80 un gran libro, “Tiempos históricos, tiempos biológicos”, sobre la imposibilidad de regir el tiempo biológico del planeta y lo que el hombre está haciendo desde hace 150 años. Por lo que estamos haciendo a la tierra desde un punto biológico y físico es imposible que permanezcamos, quizás en 50 años no haya humanos.
Hagamos algo o quedémonos haciendo lo que hacemos todos los días. Estamos en estado de guerra, en la Alemania nazi del 30. Tomemos decisiones radicales y serias pensando en nosotros y en los demás. En mis colegas cineastas lo veo poco, en los periodistas veo poco, pero en el campo, como despreciaron todos los gestos agriculturales por tanto tiempo, hay libertad. Es increíble ver la cantidad de personas jóvenes que están tomando las herramientas.
¿En Europa mucha gente está volcándose a este movimiento de agricultura natural?
Sí, y transforman productos que pueden consumirse en la ciudad de un modo diverso. El vino natural es una cosa increíble, hay importadores, distribuidores, dueños de restaurantes que dicen “no voy a triplicar el vino que le pago el viñatero que le sale 5 euros y en los Estados Unidos está 20. En Roma, uno de los mejores restaurantes, Da Cesare, su dueño, Leonardo Vignoli, compra un vino a 5 euros lo vende a 8 porque dice que no tiene el derecho moral de especular sobre el precio de un agricultor que puso un precio que considera ético. ¿En qué sentido sería distinto a un banquero si triplicara el precio? En el mundo del del vino natural no es la excepción: es utópico, sí, pero también muy concreto y muy práctico.
¿Y el consumidor está cambiando?
Sí, gracias a las generaciones más jóvenes. La autoridad del Estado no tiene más importancia porque ninguno cree más en las instituciones. Sólo creen los que tienen un interés económico en sostenerlas. Entienden que no se puede confiar en ninguna política y que las instituciones no defienden el bien público. Cuando ves a los ojos de alguien y sentís un mínimo de sinceridad la cosa cambia, y esto viene directamente del campo, es un mensaje de la tierra transmitido directamente en la ciudad.
¿Cuáles son las características de este vino convertido en «commoditie»?
Son el 99% de los vinos argentinos, lo que es una tragedia. La última vez que vine hace 10 años, la situación era desesperante, un vino igual al otro toda esa tipicidad entre las zonas de Mendoza y Cafayate, desaparecida. Entre un vino argentino, chileno, de Sudáfrica de Napa o de Italia, no había diferencia. El mundo está cambiando, veremos cómo está andando Argentina. Aquí hay terroirs fantásticos, los conozco porque tuvo el privilegio de beber vinos argentinos en los 60, 70, principios de los 80. Vinos sueltos, libres, que exprimían una argentinidad distinta. Incluso los industriales eran buenísimos. Los argentinos en los 80 como tantos buscaron seguir lo que pensaban, y fue un error monumental. Hay muchas vitivinícolas en dificultad. Si querés jugar el juego del más fuerte y no sos el más fuerte, estás muerto. De nuevo el vino natural tiene otra propuesta, salís del juego, no tratás de ser el mas fuerte, tratás de ser vos mismo. No es fácil, pero es lo único que te protege de las fuerzas exteriores. Lo hicieron los grandes guerreros, los partisanos lo hicieron en el inicio. Era obvio que los nazis iban a ganar, pero lo hicieron porque no podían hacer otra cosa, porque algo dentro de ellos les dijo debo hacer esto.